«Si deseas estar plenamente vivo, debes adquirir y desarrollar el sentido de la perspectiva.»
– Anthony De Mello –
Quizá lo hayas visto alguna vez. Yo sé que lo he observado en varias ocasiones… una mosca golpeándose la cabeza sin cesar contra el vidrio de una ventana. Toc, toc, toc… queriendo salir, y sin éxito. Estudiando un poco el tema (sin demasiada profundidad) aprendí que lo que ocurre es que las moscas, como algunos otros insectos voladores, se ven atraídas por la luz, e intentan acercarse a ella. Una ventana, en general, es una fuente resplandeciente que se convierte en el único objetivo para la mosca. Qué dolor de cabeza.
El museo del Louvre en París tiene una enorme cantidad de bellísimas obras de arte, y muchas ventanas. Imagina lo que le ocurre a una mosca allí. En lugar de apreciar La Gioconda, o en lugar de posarse sobre la Venus de Milo, prefiere la ventana. Toc… toc… hacia la luz. No puede apreciar otra cosa a su alrededor.
Cuando aquello que sucede resplandece por lo bueno o por lo malo, en ocasiones nos ocurre lo mismo que a la mosca: perdemos perspectiva, nos olvidamos que a nuestro alrededor hay todo un mundo de posibilidades. Sin embargo, por alguna extrañísima razón, no podemos soltar, detenernos, y dar unos pasos hacia atrás para ver con mayor amplitud todo lo que nos rodea en ese momento en relación a nuestro brillante acontecer. Nos fijamos en un sólo punto, en aquello cuya luz nos atrae de tal manera que nos quita la capacidad de conectar con otras posibilidades que también son reales.
Para la mosca en general no hay alternativa, es ventana o ventana. Quizá haya una puerta abierta a pocos metros, pero sigue siendo la brillante ventana su único punto de contacto con la realidad. De la misma manera, en especial frente a los problemas y las complejidades de vivir la vida, solemos vernos tan fuertemente atraídos por su brillantez que no somos capaces de ver las alternativas siempre presentes. Porque siempre hay alternativas, las veamos o no.
Dar un paso hacia atrás y observar a nuestro alrededor no significa necesariamente desentenderse de aquello que nos ocupa, sino más bien darle contexto, amplitud. Quizá haya algo que, producto de estar encandilados, no hemos sido capaces de ver. Quizá, con una mirada más amplia, el problema tome una dimensión diferente e incluso deje de ser un problema tal como lo estábamos viviendo.
Quizá puedas intentar en ocasiones, en lugar de ir siempre directamente hacia la hipnótica luz de cada dificultad, dar unos pasos hacia atrás y girar 360º (o quizá sólo 10º es suficiente). Mira con atención… ¿Qué más hay? ¿Qué otras puertas están abiertas? ¿Qué cosas infinitamente bellas no estás viendo?
Deja de golpearte contra la ventana por unos instantes y observa… tu cabeza te lo va a agradecer.
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