foco
Una de las cosas más relevantes en cómo prestamos (o no) atención a lo que nos ocurre en la vida tiene una fuerte relación con en el mundo acelerado y demandante en el que vivimos. Ocuparnos de la familia, ocuparnos del trabajo, ocuparnos de esto y ocuparnos de aquello... En todo ese “ocuparnos” no nos ocupamos a veces por cómo estamos nosotros, internamente, frente a todas estas exigencias.
En este episodio voy a hablar en mayor profundidad sobre lo que denominamos “atención interna”. El foco que solemos orientar o no orientar hacia lo que sucede en nuestro interior en relación a lo mental, emocional, físico y espiritual.
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Reflexionar sobre la atención es muy importante, porque es a través de la atención que nos permitimos ser integrados con lo que ocurre en nuestra vida de manera de poder funcionar mejor como seres humanos. Si no prestamos atención, difícilmente podamos realmente progresar en un camino de transformación positiva.
En este episodio profundizo sobre la capacidad de observar la atención desde dos dimensiones: la interna y la externa... y en este análisis no sólo observarlas e investigarlas por separado, sino también en relación, en cómo se complementan una con la otra. Presta atención a cómo prestas atención.
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La atención se ha convertido en la sociedad en la que vivimos en uno de sus bienes más preciados. Quizá no sea algo en lo que pienses usualmente, pero si te detienes a observar verás que todo a tu alrededor (e interior) compite por tu atención.
La incapacidad de sostener la atención, o dicho de otra manera, la escasez de foco, es uno de los problemas más importantes de nuestra era actual.
En este episodio reflexiono sobre la manera en que prestar atención a lo que le prestas atención es fundamental para mantener una real conexión con lo que ocurre en este momento, y una de las capacidades principales que nos permiten observarse, observar, aprender y evolucionar.
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«Dentro de ti existe una quietud y un santuario al que en cualquier momento te puedes retirar para ser tú mismo.»
– Hermann Hesse –
La frase de Hermann Hesse me recuerda a una historia maravillosa que me conmueve cada vez que la vuelvo a leer u oír:
Mientras Siddhārtha caminaba con la congregación, señaló el suelo y dijo: «Este lugar es un buen lugar para construir un santuario».
Indra, el emperador de los dioses, tomó una brizna de hierba, la clavó en el suelo y dijo: «El santuario está construido»
Siddhārtha sonrió.
Cuando pensamos en un santuario, en general imaginamos un espacio al que vamos para reflexionar, un lugar donde podemos ir y recluirnos para meditar, orar o simplemente permanecer en calma y seguros. Los santuarios son un espacio de introspección y refugio que nos permiten tomar contacto con la profunda intimidad de quienes somos como seres humanos. Por siglos se han construido santuarios en diferentes rincones del mundo, y en general, toda persona es bienvenida a ingresar en ellos sin importar filosofía, credo o posición.
Podemos viajar kilómetros o encontrarlos a la vuelta de la esquina. Pueden encontrarse lejos o cerca. Sin embargo, Indra toma una brizna de hierba, la clava en el suelo allí donde está, y proclama «El santuario está construido». No da un paso más. No busca un lugar especial. No espera a otro momento. El santuario se erige allí mismo, en ese preciso lugar de espacio y tiempo donde Indra se encuentra en ese instante. Siddhārtha lo comprende, y sonríe.
Como Indra, no tienes que ir más lejos que allí donde estés para «construir tu santuario». Tu hogar, el espacio donde vives, puede ser tu santuario. Donde se encuentra tu familia, tus amigos, tus compañeros de vida puede ser tu santuario. En soledad o en compañía, si logras hallar aquí y ahora la íntima conexión que existe contigo y los demás, si puedes encontrar refugio en tu interior para reflexionar, sanar, fortalecerse, en cualquier lugar y momento donde estés, en la dicha y la dificultad, allí se encuentra tu santuario.
Simplemente toma una brizna de pasto, clavala en el suelo y di «El santuario está construido».
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«La perfección está en todas partes, si elegimos verla.»
– Okakura Kakuzo –
«Es un pájaro, es un avión, no… Es Superman!»
Recuerdo con cariño esta frase de mi infancia. Llegaba de la escuela y rápidamente me disponía a disfrutar de mis series favoritas de superhéroes, sentado frente a la TV, vaso de leche chocolatada en mano.
Tan rápido vuela, tan veloz es su desplazamiento, que no sabemos qué es aquello que surca los aires como un rayo azul. No es ni un pájaro ni un avión. Es Superman… pero nos cuesta verlo.
Okakura Kakuzo, autor de uno de mis libros favoritos (El Libro del Té), nos propone que la perfección se encuentra frente a nuestras narices, y que de nosotros depende si queremos verla o no. ¿De qué depende que podamos lograrlo? Uno de los motivos que nos dificultan ver la perfección a la que Kakuzo hace referencia es la velocidad y des-atención con que vivimos: siempre acelerados, siempre ocupados. Como Superman, el perfecto superhéroe, la vida vuela tan rápido que no nos permite apreciar su belleza. Es un pájaro, es un avión, no… es tu vida!
Hacer una pausa, y permitir que la experiencia se registre en tu cuerpo y consciencia es una práctica que puede ser transformadora en la manera en que vives el momento a momento. Puede ser un segundo. Pueden ser treinta. Puede ser una hora. Pruébalo. Luego de llevar a tu boca el próximo bocado de comida haz una pausa para que puedas registrar su sabor, textura, aroma. O cuando alguien te diga «gracias!» o «te amo» o «me ha dolido lo que me has dicho», detente diez segundos y deja que el mensaje penetre en toda su perfección lo más profundo de tu ser… en lugar de rápidamente contestar «de nada», «yo también!» o «perdón». Si logras realmente registrarlo, aquello que recibes te transformará como persona, y aquello que das, luego de detenerte y saborearlo, transformará a otras.
Ver la belleza del universo frente a tus ojos es una elección, y para poder hacerlo debes detenerte y registrar el momento. Es difícil conectar con todo lo maravilloso que nos ofrece la vida, sea agradable o doloroso, brillante u oscuro, dulce o salado, si no creas una pausa consciente y dejas que se funda con tu mente, cuerpo y emoción.
Sólo cuando la mariposa se posa sobre la flor y se detiene, es que podemos apreciar la profunda belleza de sus alas.
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«Si deseas estar plenamente vivo, debes adquirir y desarrollar el sentido de la perspectiva.»
– Anthony De Mello –
Quizá lo hayas visto alguna vez. Yo sé que lo he observado en varias ocasiones… una mosca golpeándose la cabeza sin cesar contra el vidrio de una ventana. Toc, toc, toc… queriendo salir, y sin éxito. Estudiando un poco el tema (sin demasiada profundidad) aprendí que lo que ocurre es que las moscas, como algunos otros insectos voladores, se ven atraídas por la luz, e intentan acercarse a ella. Una ventana, en general, es una fuente resplandeciente que se convierte en el único objetivo para la mosca. Qué dolor de cabeza.
El museo del Louvre en París tiene una enorme cantidad de bellísimas obras de arte, y muchas ventanas. Imagina lo que le ocurre a una mosca allí. En lugar de apreciar La Gioconda, o en lugar de posarse sobre la Venus de Milo, prefiere la ventana. Toc… toc… hacia la luz. No puede apreciar otra cosa a su alrededor.
Cuando aquello que sucede resplandece por lo bueno o por lo malo, en ocasiones nos ocurre lo mismo que a la mosca: perdemos perspectiva, nos olvidamos que a nuestro alrededor hay todo un mundo de posibilidades. Sin embargo, por alguna extrañísima razón, no podemos soltar, detenernos, y dar unos pasos hacia atrás para ver con mayor amplitud todo lo que nos rodea en ese momento en relación a nuestro brillante acontecer. Nos fijamos en un sólo punto, en aquello cuya luz nos atrae de tal manera que nos quita la capacidad de conectar con otras posibilidades que también son reales.
Para la mosca en general no hay alternativa, es ventana o ventana. Quizá haya una puerta abierta a pocos metros, pero sigue siendo la brillante ventana su único punto de contacto con la realidad. De la misma manera, en especial frente a los problemas y las complejidades de vivir la vida, solemos vernos tan fuertemente atraídos por su brillantez que no somos capaces de ver las alternativas siempre presentes. Porque siempre hay alternativas, las veamos o no.
Dar un paso hacia atrás y observar a nuestro alrededor no significa necesariamente desentenderse de aquello que nos ocupa, sino más bien darle contexto, amplitud. Quizá haya algo que, producto de estar encandilados, no hemos sido capaces de ver. Quizá, con una mirada más amplia, el problema tome una dimensión diferente e incluso deje de ser un problema tal como lo estábamos viviendo.
Quizá puedas intentar en ocasiones, en lugar de ir siempre directamente hacia la hipnótica luz de cada dificultad, dar unos pasos hacia atrás y girar 360º (o quizá sólo 10º es suficiente). Mira con atención… ¿Qué más hay? ¿Qué otras puertas están abiertas? ¿Qué cosas infinitamente bellas no estás viendo?
Deja de golpearte contra la ventana por unos instantes y observa… tu cabeza te lo va a agradecer.
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«No puedes encontrar la paz evitando la vida.»
– Virginia Woolf –
En general vivimos vidas ajetreadas. La familia, el trabajo, la salud… infinitas responsabilidades que son parte de nuestra vida. Hay un momento en que necesitamos hacer una pausa, recuperar energía. En ocasiones llegamos exhaustos al final del día o al fin de semana y no hay nada mejor que desacoplar la mente de la locomotora del día a día. Sin embargo, existen diversas maneras de hacer esta pausa, y en varias ocasiones lo que en realidad hacemos es cambiar de locomotora, pero seguimos en el mismo vagón.
Podríamos decir que una cosa es pausar, y otra es reemplazar. Existen dos maneras de quitar el agua de una cubeta: se la puede vaciar, o se la puede llenar de otro líquido más denso hasta que toda el agua sea desplazada del contenedor. Ambas formas cumplen el objetivo de quitar el agua, aunque el resultado es diferente. En un caso, tenemos una cubeta vacía (lista para recibir su nuevo contenido) y en el otro, una cubeta vacía de agua pero llena de otra cosa.
No digo que una manera sea necesariamente mejor que la otra, y sin embargo lo que sí es importante es notar la diferencia, siendo realmente conscientes de qué es aquello que solemos hacer para soltar el estrés o dificultades que colman nuestro balde al final del día o la semana. Observar de qué manera pausamos y nos recuperamos.
La realidad es que no podemos hallar la paz evitando la vida. No podemos realmente dejar ir el estrés y las preocupaciones reemplazando lo que nos aqueja con una serie en Netflix o una profunda inmersión en las redes sociales. En sí, la TV y las redes sociales (entre otras cosas) no tienen nada de malo, el punto es cómo, cuándo y para qué las usamos. Darnos cuenta si en ocasiones las estamos utilizando para evadir o suplantar un estado emocional en lugar de pausar y recuperar. Cuando esto ocurre, en vez de ser un espacio de nutrición para la mente y el espíritu, la nueva actividad se convierte en una gruesa capa de maquillaje que no hace más que ocultar aquello que probablemente vuelva a surgir (y con refuerzos) en la primera ocasión posible.
A veces necesitamos pausar, recuperarnos. Prestar atención a nuestros hábitos en la manera en que lo hacemos puede ser la diferencia entre el verdadero descanso o simplemente una manera de desviar la atención. Un test simple para comprender si lo que hacemos nos acerca o aleja de la vida es detenerse a observar cómo nos sentimos luego del período de recuperación: si renovados, centrados, de buen ánimo o si en realidad aún nos sentimos estresados, cansados y pesados.
Pausa… y busca maneras de hacerlo que te nutran, que te mantengan en contacto contigo y con lo que te rodea. Maneras de soltar que te llenen de vida, y que te permitan volver a las complejidades del día a día con energía renovada. Un libro, un abrazo, una conversación con un ser querido… cocinar, realizar ejercicio, bailar, hacer arte, escuchar un podcast… Solo tú sabes cuál es tu propia receta. Allí, en verdadero contacto con la vida, es donde se encuentra la paz.
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«No puedo cambiar la dirección del viento, pero sí ajustar mis velas.»»
– James Dean –
Quizá lo hayas vivido alguna vez en persona. Quizá lo viste en algún programa de televisión o leído en un cuento: Parados sobre la cima de una loma o una montaña nevada, tomas un puñado de nieve y la arrojas barranca abajo. Metro a metro se va formando una gran bola que al llegar a la base puede tener dimensiones extraordinarias. En su centro, un pequeño puñado de nieve que lo comenzó todo.
Nuestra mente es en ocasiones como esa ladera nevada. Un pensamiento, una situación, una idea es arrojada desde la cima, y allí va… creciendo metro a metro, tomando dimensiones extraordinarias a medida que se mueve a cada vez mayor velocidad por los barrancos de la consciencia.
El ser humano es brillante, creativo, inventivo y provisto de una maravillosa capacidad de llegar a diversas conclusiones. Agregamos, sumamos y modificamos la realidad tal como es en su estado original y la convertimos en nuestra propia realidad… en mi realidad según yo. Y esto no es necesariamente algo negativo.
Volvamos pues a aquello que surge en nuestra mente y, con valentía y sin vértigo, se hace presente en su cima y comienza a descender por su ladera nevada. Luego de rodar y rodar en nuestra cabeza ya no es más que un pequeño centro, casi indistinguible, de una enorme bola de pensamientos, ideas, emociones y sensaciones que lo recubren.
Quizá sea importante que te detengas a observar y reflexionar sobre aquello que está en tu mente, en tu vida, en este momento. ¿Cuánto del peso de cada cosa que mora en tu ser es producto de todo lo que le has agregado al acontecimiento original? Tomamos decisiones, nos preocupamos, interactuamos, y en ocasiones sufrimos en base a aquello que, en su porcentaje mayor, es lo que nosotros mismos hemos inventado a su alrededor.
La capacidad de ver las cosas tal cual son, sin el agregado de nuestra noción limitada de cómo deberían ser, sin las capas extra de condicionamientos, mandatos, aversión, apegos y hábitos es una de las definiciones de «sabiduría». El sabio, con profundo conocimiento de sí mismo, puede distinguir con claridad aquello que «es» de aquello que «hemos creado» a su alrededor. Simplemente observa… Antes de preocuparte, de actuar o interactuar, antes de tomar decisiones, fíjate qué tamaño tiene tu bola de nieve. Obsérvala, e intenta distinguir aquello que es real, original, de aquello que es agregado, extra. Retrocede algunos pasos y mira la bola con curiosidad y atención… En su centro, esperando volver a ver la luz del sol, está aquello que realmente importa.Recibe esos textos y más todas las semanas en tu casilla de correo. ¡Suscríbete!
«La atención es un recurso limitado, por lo que presta atención a lo que prestas atención.»
– Howard Rheingold –
La atención se ha convertido en uno de los bienes más preciados. Quizá no sea algo en lo que pienses usualmente, pero si te detienes a observarlo verás que todo a tu alrededor compite por tu atención. Incluso tu también eres parte de esa lucha por un instante de foco (sobre ti mismo).
Existe un refrán que dice «quien no llora, no mama» y «es la rueda que rechina la que recibe el aceite». Cada vez son más y más cosas las que lloran y rechinan a nuestro alrededor en la sociedad sobre-estimulada de información en la vivimos. Lo hacen con fuerza y sin detenerse, y en ocasiones con presupuestos millonarios invertidos en captar ese preciado momento de tu consciencia.
La incapacidad de sostener la atención, o dicho de otra manera, la escasez de foco, es uno de los problemas más importantes de nuestra era actual. Lo vemos regularmente en los más jóvenes en la manera en que interactúan con su entorno en segmentos de atención más y más cortos. Un like, un tick-tock, un post. Todo en el contexto de 45 segundos. Seamos jóvenes o no, es un tema que probablemente de alguna manera u otra nos es familiar a todos.
No son solo factores externos los que fragmentan nuestra capacidad de estar realmente presentes por más de diez segundos continuos en aquello frente a nuestras narices. Nuestros pensamientos también quieren ser parte de la acción, y la mente se divide entre el foco en el momento presente, aquello que ya ha sido en el pasado y lo que imaginamos vendrá en el futuro. Una batalla campal.
El tiempo y la atención, como lo es en general el dinero, son recursos limitados. Prestar atención a lo que le prestas atención es fundamental para mantener el balance en la cuenta corriente de tu estabilidad física y emocional. De la misma manera que cotidianamente decides cómo invertir tus ingresos, deberías intencionalmente determinar qué será aquello que merece tu presencia activa. El punto principal es volver a tomar contacto con el hecho de que somos los propietarios de nuestro caudal de atención. Siempre es bueno retornar a ser tú quien la administra, en lugar de dejarla descuidada y expuesta al próximo hábil carterista que sin darnos cuenta meterá la mano en nuestro bolso para despojarnos de segundos de valioso foco.
La atención, como muchas otras cosas de la conducta, es algo en lo que se puede trabajar para profundizar y mejorar de manera intencional. Puedes accionar para ello «desde dentro», como ser mediante técnicas de meditación, respiración y atención plena, y «desde fuera», como proponerse no revisar los correos cada cinco minutos, desactivar los avisos innecesarios en los teléfonos/tablets/relojes (me distraigo de sólo escribirlo), o intentar conscientemente hacer una cosa a la vez, prestando individida atención a aquello frente a ti. También es importante saber «dejar ir» la atención en ciertos momentos para de esa manera poder relajarnos y recuperar. Se trata en este caso de liberar el foco de la atención hacia un campo mayor e indeterminado, que no es lo mismo que fragmentar la atención. Simplemente soltar y, en esa pausa, regenerar la energía.
Inviertes dinero para ganar dinero. Invierte tu atención para generar la riqueza que es producto de estar enfocados… aquí… presentes. Nada más importa en este momento que aquello que importa en este momento.
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